de Raquel Szulman
La ciudad va adivinando cuáles son los últimos días del verano por el calendario laboral, o por el régimen de lluvias. En el departamento de Palermo hacía mucho calor y el matrimonio se había levantado temprano, lo suficiente como para organizarse bien. Pero antes de empezar a preparar el bolso, debían escuchar el informe meteorológico y tratar de interpretarlo.
- La verdad querido, que era más fácil de entender el clima cuando no teníamos estas imágenes satelitales tan complicadas... y estos periodistas que parecen de escuela secundaria. Qué mal hablan.
- Sí, se expresan tan mal que me marean - dijo él poniéndose una bermuda- antes teníamos menos datos y te digo algo, era por eso mismo que nos arriesgábamos más: salíamos de paseo y si te agarraba la lluvia, bueno...mala suerte.
Ella terminó de revolver una pila de blusas y sacó la más fresca. El se le acercó con ternura y la abrazó. Se miraron en el espejo.
- Ves- dijo él- nuestra imagen desnuda siempre está allí en el espejo, esperándonos. Perfecta. El clima que tengamos hoy, será lo de menos.- Escucharon atentamente: sería un día húmedo, con probabilidades de llegar a los 30 grados, lluvias aisladas. Decidieron salir igual, aprovechar las horas buenas del cuarto domingo de febrero. No se perderían el último coletazo del sol, lo exprimirían como al pomo de protector solar.
Entonces se prepararon para un día de pileta. ¿Qué sería necesario llevar? ¿Canasta, lonita? Volvieron a revisar la página web de la quinta, buscando recomendaciones. Había varias. Leyeron una polémica larguísima respecto de cómo y cuándo pican los insectos, y las supuestas causas por las que habiendo tanta superficie epitelial los mosquitos dejan marcas en aquellas partes del cuerpo que nunca se exponen. Había muchas opiniones: algunos lo atribuían al uso de perfumes, otros al desodorante, otros por el contrario, a la transpiración. Por eso con precaución de nudista virgen, se empaparon en pantalla y repelente y guardaron los potes en la canasta de la comida. No llevarían nada más. Las toallas en la mano. Viajaron hasta las afueras de la ciudad, para conocer una quinta naturista de muy buenas referencias, visita que habían estado postergando durante años por falta de agallas y exceso de pudores. El viaje se les hizo largo pero resultaron solo una treintena de kilómetros. Se habían propuesto una regresión a las libertades de la infancia, que empezaría en el estacionamiento de la quinta, rodeado de árboles. Un desnudarse como reencuentro con algo mantenido en silencio, oculto por la ropa hasta de la mirada propia. Estacionaron el auto y recorrieron el predio con la vista. El pasto estaba muy alto, entendieron la importancia de cuidarse de los bichos. Miraron desde sus asientos a otros recién llegados. El público rondaba los 50 años, como ellos. Desnudaron en el auto con algo de trabajo y salieron envueltos con las toallas estratégicamente. Mientras se ponían las ojotas, el esposo miró a su alrededor y dijo con timidez.
- Todos nosotros ya estamos más allá del bien y del mal... la mayoría estamos para jubilarnos.
- Pero querido, de qué hablás, si esto es como regresar a la infancia... ¿te dije que cuando yo era chicas estábamos todas las nenas en la playa y sin corpiño? La primera malla enteriza la tuve a los diez años.
- ¡Qué tiempos!- dijo él guardando la billetera en la guantera del auto.
- Sí, era la época de todos los permisos.
- Para vos. Para mí como varón, fue la de todas las prohibiciones- dijo él y suspiró.
Buscaron reposeras, y se acomodaron para tomar sol en un rincón apartado. Charlaron de cine, su especialidad compartida. Recordaron sus viajes, todas las oportunidades de nudismo perdidas por las resistencias de ella, que no quiso profundizar en las causas de esta repentina aceptación. Por qué ahora desnudarse y no en la juventud. Lo consultaría con su analista el martes. Caminaron un poco envueltos en las toallas. Después comenzaron a investigar al vecindario. Descubrieron al nudista solitario, y también a parejas jóvenes y naturalmente en mejor estado físico. Escudriñaron juntos las miradas inquietas de los demás, jugaron a los detectives y se rieron por eso. Unos parecían buscar belleza, otros, fantasías en posición horizontal. Reconocieron ojos libidinosos y juzgaron que esos se regodeaban con el cuerpo ajeno, como quien se para en un kiosco a mirar los dulces que no puede comer. Ella estaba incómoda, no podía mirar de frente a nadie. Así que cuando unas mujeres les pasaron cerca y saludaron con una mueca amable, ella no contestó y solo se quedó mirando sus espaldas tan derechas que luchaban por acompañar al busto en su desesperada carrera contra las fuerzas de la tierra.
Algunos, en grupos, hablaban en voz baja, en conversaciones mínimas.
- Me llama la atención los que hablan como secreteando ¿Hablarán de política o de sexo?
- No sé querido, no parecen matrimonios, qué se yo...
La gente se comportaba como si buscara confesarse, en susurros, con cierta complicidad, acercando las cabezas como lo hubieran hecho ellos en sus lejanas adolescencias militantes.
- Mirá adónde vinimos a parar- dijo él moviendo la cabeza.
- ¡Las vueltas que da la vida!
- No podemos negar que nos aburguesamos, definitivamente.
- Supongo que no lo dirás por el nudismo, sino por el departamento de Palermo- dijo ella con una solidez que obligó al marido a quedarse callado por un rato.
Pusieron las reposeras mirando al sol. Era cierto que el día sería espectacular, pero no tanto como para estar a la sombra. Se veían algunas nubes feas en el horizonte. Se preguntaron si entrañaría algún riesgo el estar desnudo a los cuatro vientos en un lugar donde nadie conoce a nadie y donde la naturaleza manda. Pero el gusto por estar en una buena pileta desnudos, disfrutando del calor y del agua sería una experiencia nueva, aunque viniera acompañada por esas miradas que se pegaban a la piel.
Una hora después, ya más relajados, cayeron en la conclusión de que en realidad nadie miraba a nadie.
- Querida cada uno está en lo suyo disfrutando de la vida natural.
- Sí, al natural y sin conservas- rió ella.
Entonces decidieron probar el agua de la piscina que invitaba a nadar. Se acercaron envueltos. Un hombre que estaba acostado en el borde se levantó de pronto y en un brusco movimiento se tiró de cabeza a la pileta. Ella lo vio crepitar en el agua como una papa en aceite caliente. Los empapó. Prefirieron sentarse en el borde todavía tapados, las puntas de los dedos de los pies, asomando por debajo. Después de unos minutos los metieron en el agua y patalearon como los chicos. Ya se sumergirían ellos también, habría que sacarse la toalla, de a poco, sin apuro.
El pensó que tendría que aclimatarse porque su masculinidad podía desaparecer por el cambio de temperatura con el agua fría que todo lo contrae. Nadie se mostraría así, para que un mirón advirtiera las reales medidas de la expresión a la que puede reducirse un hombre. Para no pensar en estas nuevas preocupaciones comenzaron una nueva conversación, saltando de los principios del nudismo a una descripción que adivinaba partos y cirugías, o condiciones extrañas de la naturaleza que agiganta o empequeñece partes diversas de la gente.
- Acá, mejor no envidiar nada a nadie, amor, mirá si la envida hace mal de verdad.
Finalmente, cuando la charla y el calor no daban para más, se animaron y dejaron sus cosas y algunas vergüenzas todas en un costado. Se tiraron parados, y tocaron el agua juntos, como los pájaros. Tocaron el fondo con los pies y se impulsaron. Salieron a flote con una sonrisa fresca. Se sintieron por primera vez livianos, blandos, ágiles, jóvenes de nuevo. Un placer inmediato, cierta felicidad. Nadaron disfrutando del agua templada, volviendo a recuerdos viejos, a tiempos donde el cuerpo se disfrutaba así, como ahora. La esposa dijo “esto es maravilloso, hoy termina la temporada, pero el año que viene volveremos de vuelta ¿no?”, se rieron de la redundancia, y de la desnudez tapada por el agua y de los viejos pudores sin sentido.
- Mi amor –dijo ella- creo que el estar desnudo es un privilegio de unos pocos.
- Qué suerte que te hayas dado cuenta... hace años que te lo pido. Esto nos permite aceptarnos tal cuál somos y distinguir que sin la ropa no tenemos competencia.
- Si mi vida, pero cada uno tiene su tiempo- dijo ella con precisión - me cuesta aceptar que es la ropa la que embellece o afea en el sentido clásico de la estética que consumimos ¿ves? – y se sostuvo del borde.
- Bueno, mirá tus piernas, por ejemplo, si no te ponés nada que te las tape- dijo él marcando las palabras- nada que las alargue, nada que las acorte, lo que vemos son las verdaderas piernas que la madre naturaleza te dio. Sos hermosa, querida- ella le agradeció con un beso.
Se quedaron así un buen rato, él todavía no tenía la osadía suficiente como para mostrarse. Descubrió que tenía tanto pudor como ella, que se abrazaba sola. No era tan fácil.
- Vení, relajate - dijo él. Y la invitó a ir a la parte más honda, para obligarla a nadar y soltarse.
Ya era pasado el mediodía. La música de la quinta sonaba suave, era un tema tropical. Las parejas se iban a buscar una mesa cerca de las parillas, o volvían del kiosco con cervezas heladas. El sol pegaba fuerte sobre las cabezas.
- Me quiero quedar un rato más, me parece que después va a llover.
- Pero esta hora es peligrosa querido. Yo salgo.
Se acercaron a sus toallas para hacer planes de almuerzo, cuando de pronto, una nube extraña se acercó flotando en el aire levemente, y los interrumpió. Estaba a la altura de sus cabezas. Con el agua por el pecho él preguntó:
- ¿Qué es esto?
- No sé, parece polvo...
Otros nudistas también alzaron la vista. Algo gris y muy liviano flotaba en el aire. El fin del verano movía a esa nube de polvo de un lado al otro sin decidir donde depositarla.
- Qué cosa rara....
- Parece algo de las plantas volando sobre nosotros, lo soplo y se mueve, mirá ¿ves? no pesa, parece hojita seca- dijo ella.
Hasta que por fin el viento, o la densidad de esa sustancia en crecimiento se posó en el agua. Estiraron la mano hasta tocarla, era una fibra suave que se deshizo entre los dedos.
- Mi vida, lo tenés en el pelo... – dijo ella.
- Parece ceniza.... –dijo el atrapando un poco con ambas manos.
- ¿Ceniza? Sí... pero cuánta ceniza. Bueno, algo se estará quemando mi amor. Verano, pasto seco... muchas veces se quema pasto cerca de la ruta, para controlar las plagas...
- ¡Cómo sabés de plagas! – le dijo el marido entendiendo que ella hablaba mucho para disimular un mal presentimiento.
- Parece que el viento, lo trae todo para acá. Mirá, pobres los que tengan que limpiar la pileta más tarde.
- Cada vez cae más. ¿Qué se estará quemando? Esto parece algo vegetal.
Repentinamente intranquilos, todos salieron de la pileta, por intuición. Cada uno se envolvía en su toalla, cuando oyeron un ruido extraño, como si un sonido que hubiera estado comprimido de pronto fuera liberado, saliendo a presión en un lenguaje que no podían comprender. Semidesnudos y en ojotas, se quedaron quietos primero y luego como animales curiosos fueron a mirar, buscando de dónde venían los ruidos. Fueron con los demás hacia un costado de la quinta caminando con cautela, y entonces lo vieron. Lo que al principio era un susurro, ahora era el lenguaje incomprensible del fuego. Lo escucharon extenderse en un incendio desatado entre los eucaliptos del campo vecino. Una lenta columna se levantaba y dejaba en el piso llamaradas de más de un metro de altas.
Uno de los hombres dijo que había que apagarlo. Todos con un repentino ímpetu, fueron a buscar mangueras, baldes, extintores. Pero recorrieron las precarias instalaciones de los baños y solo volvieron con algunos baldes y una manguera corta. Entre varios matrimonios solidarios devenidos en defensores forestales hicieron una cadena desde una canilla hasta el fuego, tratando de que el primero de la hilera apuntara bien. Pero de a veinte litros de agua por baldazo no alcanzó para que las llamas se enteraran de que debían retroceder. El pase de manos se aceleró, como las pulsaciones y la incertidumbre. Entonces comenzaron a darse órdenes, ya sabiendo sus nombres, tratando de no perder tiempo y esfuerzo, no dejar ni una gota en el camino.
El matrimonio de novatos no se involucró. Se quedó mirando como muchos otros, a que los habitúes resolvieran qué hacer y encontraran una solución. Un hombre flaco acercó una vieja manguera para hacerles llegar un chorrito al menos. El agua lejos y las llamaradas tan cerca.
- ¿Dónde quedaron nuestras experiencias extrasensoriales del sol y del agua en los lugares más secretos de nuestro cuerpo?- dijo él en voz muy baja, parado en un costado, con la mirada inquieta y algo de miedo.
- Querido, estos tipos están todos locos ¿creen que así le van a ganar una carrera al fuego?- le dijo ella al oído.
- Bueno, pero si ya perdimos el día... podemos ayudar en algo- dijo él.
- Ni se te ocurra meterte ahí en pelotas para ayudar a nadie, que te mato.- contestó ella con una energía de pronto sorprendente – Mejor, llamá a los bomberos.
Entonces vieron, olieron y respiraron peor. Intuyeron que las toses de los que iban y venían no eran un buen síntoma y que la misión resultaría imposible. Un gran eucalipto cayó al suelo, contagiando la llamarada a otros árboles indefensos. El fuego ya no parecía tener intención de quedarse en el terreno del vecino. Las llamas crecían y su volumen y rugido también. Era necesario hablarse a los gritos. Como los animales, comprendieron rápidamente que si las llamas tienen la voz más alta que la de un grupo de personas bien enérgicas, es porque entonces el fuego va a ganarles. Por eso se acercaron al único trabajador de la quinta con el que habían hecho contacto, el quiosquero. El pequeño buffet estaba arrebatado de golosinas que colgaban de clavos en estantes superpuestos, y carteles con diferentes ofertas de sándwiches y bebidas. Entraron todos atropelladamente, manteniendo con dificultad cierta distancia, tratando de no tocarse, de no invadir el espacio intimo del otro, de no generar una proximidad que obligara a las disculpas. Hablaban todos juntos y a los gritos. Entre un cartel de hamburguesa y otro de coca cola, apareció la cara confusa del quiosquero ignorante del peligro. “De qué me habla esta manga de locos” se dijo y decidió salir del todo para verlo por sí mismo. Apenas se asomó, con lo que vio fue suficiente y por eso decidió meterse nuevamente detrás del mostrador. Se puso a buscar desesperado, con las pupilas dilatadas, hurgando entre papeles viejos y engrasados, hasta que sacó una hoja con una anotación de números grandes: el Cuartel de Bomberos. Pero él no tenía teléfono para llamarlos. El matrimonio consideró que en esto sí podían aportar. Fueron los primeros en llegar a la canasta donde estaba el celular. El marido se comunicó rápidamente y con voz parsimoniosa dijo a todos los que estaban parados a su alrededor el parte oficial: losbomberos irían, pero no podían acercarse al predio que se estaba quemando, los camiones no tenían por dónde acceder.
- Me parece querida- le dijo en un costado a su mujer- que el único acceso que tiene la autobomba es por esta quinta. Los bomberos van a entrar por acá.
Ella se imaginó entonces a los periodistas del canal local haciéndose la gran nota con las cámaras en el campo nudista. Y entonces a los parientes, los vecinos, los compañeros de oficina reconociendo su cara de espanto entre los cuerpos y el humo. Varios más se miraron entre sí y se adivinaron el pensamiento. Los que todavía cargaban con los baldes, los apoyaron en el piso sincronizadamente. De a uno en fondo, todos se fueron hacia el estacionamiento levantando por el camino ropa, heladeritas, lonas, sillas plegables. Se vistieron rápido en los autos y arrancaron en primera con cierta desesperación. Los hombres con el pecho descubierto, las mujeres sin ropa interior. Saldrían raudamente en larga caravana antes de que esa única calle fuera taponada por el camión de los bomberos. Pero el cuartel no estaba lejos, y en pocos minutos la autobomba rugiendo desesperada, estaba en el final de la calle.
- ¡Pero querido! ¡Esto es un chiste! ¡Parece que hubieran estado esperando a que empezáramos a salir!
- Lo que nos faltaba, mi amor...preparate.
La autobomba, ignorante de los apuros justificados de veinte automovilistas histéricos, ya accedía al predio por el camino de tierra de una sola mano a todo trapo. Las bocinas empezaron a sonar con estridencia, pero el camión no retrocedía y contestaba con una autoridad irrefutable, transformados los bomberos en padre y madre, acusando con el dedo “¿Qué hacen acá semidesnudos? ¿No les da vergüenza?”
- Macho ¡¡¡ córranse!!!!- dijo el del primer auto asomándose por la ventanilla- ¡¡¡ Si nos hacen retroceder nos meten en el fuego otra vez!!!
La caravana se atascó. Nadie retrocedía. De cada ventanilla se asomó un torso para insultar al camión Algunos bomberos se asomaron también. Nerviosos los hombres maldecían al cuartel, al fuego, y a la madre que parió al camión completo. Algunas mujeres no se quedaron atrás. Con cada insulto se liberaban tensiones. Ya sin más remedio, el camión comenzó a retroceder. Colgado de la carrocería, con una sonrisa burlona en la boca, uno de los bomberos movía la cabeza diciendo “siempre lo mismo....”.
Salieron a la ruta a toda velocidad. El matrimonio se mantuvo en silencio unos kilómetros. Luego comenzaron a reír pensando en la cadena humana de hombres y mujeres lampiños que buscaban ganarle al fuego una partida. Disfrutaron recordando distintas escenas, como si una viñeta mal compuesta pudiera armarse con todos los retazos. Mientras viajaban con la radio prendida, volvieron a la filosofía.
- Querida, ojala hubiéramos podido sacarles una foto... hubiéramos ganado un concurso.
- A mí me impresionó el que estaba adelante de todo, cómo tosía, a ese hombre el humo le hizo mal...
Dejaron atrás la quinta y el incendio. Cuando tomaron la curva con el auto alcanzaron a ver unos nubarrones. El tomó aire y preguntó con energía:
- ¿Volvemos el año que viene?
- ¿A esta quinta? ¡Ni loca! Busquemos otra más segura.
- Te digo algo ¡me encantó la adrenalina, eh!
- Bueno, si es por eso, para el año que viene busquemos una mejor, con acción, algo así como nudismo y zoológico abierto...con animales sueltos... ¡Ay! ¡Qué emoción! – dijo ella aniñándose. El la escuchó con sorpresa y espió por el rabillo del ojo los gestos que indicaran que acaso lo que acababa de oír fuera un chiste. Obligado por el desafío le dijo:
- ¡Sí! Eso sí que es natural-natural... seguro que ya existe una quinta así. Es cosa de saber buscar, cuando lleguemos a casa nos fijamos en la web.
- ¡Ay! ¡Qué expeditivo sos querido, te amo! – contestó ella y reclinó el asiento.
- Al final se va a largar un chaparrón- dijo él mirando por el espejito retrovisor.- ¿Viste? apenas son las dos de la tarde, el pronóstico erró otra vez.
Ella se distrajo mirando por la ventana. El puso las manos en el volante, nunca se había imaginado una aventura así a esta altura de su vida. Se prepararía mejor para el año siguiente, para la próxima juntaría coraje.
Unas gotas gordas impactaron en el auto, prendió el limpiaparabrisas y bajó la velocidad. Ella levantó el volumen de la radio y se quedó mirando hacia afuera por su ventanilla con una sonrisa diferente.
EL ESPEJO DESNUDO de Raquel Szulman está publicado en "La caldera del pasaje Bogado" Thaiel ediciones . Buenos aires. Argentina . ( 2014)
Comments