de Raquel Szulman
- ¡Marcela tengo que contarte algo! –grita por el celular Alejandra – ¡no sabés lo que me pasó hoy!
- Venite a cenar y me contás.
- Dale, estoy saliendo de Barracas, llego en hora y media.
Marcela deja el celular sobre la heladera y pone un plato más en la mesa. Corta otro churrasco y agrega un tomate a la ensalada. Cubiertos, vasos, dobla algunas servilletas. Si Alejandra viene tan entusiasmada, va a dar para largo. Prepara tacitas de café para después de cenar. También el mate para convidarle apenas llegue, si logra desacelerarla un poco, el encuentro se estirará, mejor. Sabe que Alejandra viene de un pequeño centro cultural metido en el local de un partido político. Allá va por dos horas todos los martes, o cuando puede, es decir, cuando no tiene que estudiar para la facultad. A ella le gustan estas cosas de pobres piensa Marcela, ella cree que su mejor amiga se equivoca ¿Para qué meterse en un barrio oscuro y peligroso hasta tan tarde? ¿Para dar clase de apoyo escolar a nueve nenes de primaria? Alejandra siempre le cuenta que los chicos se pelean entre ellos, que no le reconocen autoridad, y que nadie valora esas horas de voluntariado. ¿Para qué vuelve cada martes? Esta piba no tiene cura. Alejandra le explicó que los chicos no la conocen bien porque les da clase gratis, pero salteado… faltan los chicos o falta ella, que se queda estudiando para los exámenes de la facultad.
- Aguantá Ale…o dejá de ir… ¿quién te obliga?– Marcela le repite siempre la misma recomendación.
- Todo es cuestión de tiempo- así contesta Alejandra, siempre. Claro que ella no tiene el tiempo que necesita: novio, facultad, trabajo, familia, amigas con hijos, el deporte. No hay tiempo en esa vida piensa Marcela y se alegra de tenerla para ella hoy, en esta cena.
Suena el timbre. Marcela abre, la mira de pies a cabeza y se asombra. Alejandra tiene una mochila que se nota muy pesada, la campera en una mano por si acaso refresca, libros en la otra, para leer en el colectivo y adelantar, un paraguas en bandolera porque te juro que a las seis de la mañana llovía. Se abrazan.
- Alejandra, sos un Ekeko. ¡Qué sorpresa verte en la semana!
- ¡Nos vimos en el recital del sábado!
- Sí, pero no viniste a cenar. Eso no es verse en serio.
- Es que desde que estás “como casada” …
- Me gusta que vengas, y ya que es tarde aguantemos un poco para cenar con Maxi que está viniendo para acá.
Marcela preparó todo en la cocina que es incómoda pero cálida como casi todas las cocinas, buen lugar para intimidades y confidencias. Alejandra está acelerada y comienza a hablar mientras trata de desprenderse de la mochila.
- ¿Te acordás que te conté que venían varios hermanitos a las clases de apoyo?
- Sí. Dejame que te ayude –dice Marcela
- Hoy vinieron todos –Alejandra se pone a saltar para que la mochila caiga por su propio peso – fue un caos, ¿te dije que se matan entre ellos?
Marcela comienza a pensar que efectivamente Alejandra no tuvo un buen día, la ve saltando como loca. Se nota que no está en su centro, piensa. Marcela se mira de pronto una uña, una tira de la mochila le hizo saltar el esmalte.
- Se me rompió una uña. Qué pena, ya me había preparado las manos para mañana.
- “Perdón, madama”- dice Alejandra burlona- cierto que la señora atiende un local para gente fina…
Mientras toman mate Marcela busca lo necesario para repasar las uñas.
- No sé cómo manejar a estos pibes.
- Pero son pocos ¿no?
- Sí, pero se odian. ¡Quién sabe qué pasará con ellos el resto de la semana, cuando no estamos nosotros! ¿no? A veces parece un reformatorio.
- Ya te dije, no vayas más, solo te hacés mala sangre.
- ¿Te dije que le mostré a mi vieja uno de los dibujos que hace Brian, el más grande? Se quedó impresionada, me dijo que el pibe es un genio, que se lo diga. Que le pregunte si quiere trabajar de dibujante cuando sea grande.
- Con eso lo calmás un rato ¿y después?
- Los chicos no me dan ni pelota –repite mecánicamente.
Alejandra sabe que los chicos necesitan jugar pero no hay tiempo para eso porque se espera que con ella hagan las tareas. Tiene cuentas y oraciones que completar. Marcela cree que con una buena amenaza y un par de gritos, puede controlarlos.
- Deciles que vas a dejar de ir y hacelos sentir culpa.
- Eso es más de lo mismo: más patadas, pero mentales. ¡Pero Marce! si parece que eso es lo que esperan escuchar, que yo no vaya más y fin del apoyo escolar. Lo único que quieren es irse a la calle a cada rato.
- Bueno, hacela corta, no vayas más y chau.
- ¿No se te ocurre otra cosa? Voy a seguir yendo. Hoy vine loca porque quiero que escuches lo que pasó.
Alejandra describe el desorden del local donde hacen todo tipo de actividades: reuniones de agrupación, dictado de clases, preparan almuerzos y meriendas y tienen actividades de recreación los sábados. Está abarrotado de cosas. En los rincones hay de todo: cacerolas, jarras, paquetes de yerba y de azúcar, trapos, sillas apiladas, cajas con alimentos, libros, vasos de plástico, hasta banderas enrolladas. Ella da clases con todos los chicos sentados alrededor de un tablón.
Hace unos días alguien donó un busto de Eva Perón y una mesa donde ponerlo.
Marcela quiere saber si a la mesa le pusieron un mantel.
- ¿Y eso qué importa? –casi grita Alejandra.
- ¡Así me lo imagino mejor! Me dijiste que pusieron el busto de Eva Perón, bueno, seguro que tiene un mantel debajo ¿o no? –Alejandra la quiere y no le dice más nada aunque piensa que a veces Marcela es muy superficial. Pero a Marcela le gusta escuchar y que le cuente con todo detalle, dice que es como ir al cine o al teatro, porque Alejandra cuenta interpretando. Le ceba un mate, piensa ¿por qué será que Ale estudia la licenciatura en Trabajo Social? Por lo bien que cuenta, sería una buena actriz…. pero si es mejor dedicarse a otras cosas como yo, que vendo ropa en el shopping y tengo menos problemas”.
Alejandra termina el mate, respira y sigue.
- Bueno, le dije a Brian lo de ser dibujante, como dijo mi vieja, pero me contestó que quiere ser actor, artista, pero no dibujante…. ¿Me estás oyendo?
- Si….
- ¿Sí? A ver, ¿qué dije? Lo último que te dije, a ver...
- No sé. Estabas hablando de Brian.
- ¡Ah! Ves, no me escuchaste porque a vos estas cosas te interesan poco, parece que te fijás en tus uñas nada más.
- ¡Pero no! Te juro que te escuchaba, hablabas de Brian.
Esa tarde, Alejandra conversó con Brian sobre su futuro.
- Podés ganar plata si sos dibujante, Brian –le dijo.
- ¿Pero cuánto me pagarían? No, mejor quiero ser actor, un actor se hace famoso, con eso me voy a llenar de plata.
- ¿Actor? ¿y sabés actuar?
- ¡Soy muy bueno!
- ¿De verdad? A ver… mostranos cómo te sale – Alejandra lo desafió saliéndose del marco de la clase que ya se había perdido hacía rato. Brian fue a buscar unas telas que estaban enrolladas en un rincón mientras ella seguía explicando un ejercicio a otro chico. Brian volvió enroscado en la bandera de la Juventud Peronista:
- ¡Soy el jinete sin cabeza! – dijo , cambió de posición la bandera y apareció su cara – ¡Ahora soy el Conde Drácula! –Alejandra lo miró por arriba del hombro y le festejó la ocurrencia. Siguió corrigiendo, pero algo más sucedía a sus espaldas. Cuando se dio vuelta vio a los chicos en fila, acercándose al busto de Evita. Lo tocaron y se tambaleó.
- ¡Cuidado, que se les va a caer! – gritó, pero no se cayó y los chicos se acercaron para darle besos a la escultura.
- ¡Te amo! –decían de a uno.
Alejandra pensó ¡increíble, se organizaron para algo! Parece que hoy no vamos a tener peleas… esto de que Brian actúe los inspiró a los demás.
- Seño ¡Evita está toda chuponeada! –dijo alguien. Todos comenzaron a reír a carcajadas. Era verdad, cuando Alejandra se acercó vio que estaba toda lleno de baba.
Entonces uno de los chicos fue a buscar otra bandera y se la puso al busto como un velo. Se turnaron otra vez, levantaban el velo y apoyaban sus manitos en la cara.
- Evita, ¡mi amor! –los chicos más bajitos solo llegaron a besarle el cuello. Uno dijo:
- Parece una novia – rieron.
- ¡Y yo soy el novio! –dijo uno.
- ¡Yo los caso! –se ofreció enseguida el más tímido, se paró como un sacerdote junto al busto. Y preguntó:
- Seño ¿Cómo es el apellido de Evita?
- Duarte-contestó Alejandra desde el asombro.
Entonces con la voz clara y fuerte, propuso:
- Evita Duarte ¿acecta por esposo a este? – El novio cayó tirado a los pies de Alejandra revolcándose de la risa.
- Seño ¡el Emanuel se va a mear de la risa acá mismo, eh! –gritó el cura. Todos rieron. Inmediatamente los chicos hicieron otra fila, esta vez para casarse. De a uno en fondo el cura los nombró y los casó. Pero uno de los chicos se apareció de pronto con la estatua del Che que estaba en un rincón. Caminaba tambaleándose, los demás lo ayudaron y lo pusieron enfrentado al de Eva, en la mesita. La escultura del che era de yeso, pintada de dorado.
- Mm mmmm ¡cómo se aman!
En ese momento Emanuel reaccionó como marido celoso:
- ¿Qué hacés? ¿Qué la besás a mi mujer? ¡Es mía!
Todos los demás chicos también reaccionaron como hombres celosos y se turnaron para gritarle al Che
- ¡Es mía!
- ¡Es mía!
- ¿Qué decís? ¡Es mía!
Alejandra se espantó cuando vio al más chiquito de unos cinco años, agarrado de la mesa, le daba besos a la base de la escultura gritando mientras se sacudía como un perro.
- ¡Tomá! ¡Tomá!
- Marce, yo pensé que se iba todo al carajo fue bueno mientras duró, ahora vienen las piñas eso pensé. En eso escuché un grito “¡Traicionera!” Era uno de los nenes que la acusaba ¿me entendés? Se pusieron en fila de nuevo. Pensé que la fila era un recurso buenísimo. ¡Pero se estaban turnando para pegarle cachetadas! Se acercaban, levantaban el trapo que pusieron de velo y le pegaban una bofetada. Le gritaban cosas como ¡Puta! ¡Me engañaste! Marcela, no sé si entendés la impresión que me dio…. Al principio del juego, cuando formaron la parejita de estatuas , pensé que los pibes habían armado una asociación tan metafórica… y esos cachetes de piedra en las manitos de los nenes, era una ternura. ¡Pero después todo se fue al carajo! Además la de ella es una linda estatua, no como la del Che que es una cosa de yeso tan fea que no sabés ni quién es.
- Bueno Ale, creo que ya sabemos algo de lo que pasa con los chicos durante la semana ¿no?...
Se escuchó el ruido de la puerta de calle. Maxi entró en la cocina y las encontró con los ojos húmedos.
- ¿Pasó algo?–preguntó tímidamente.
- Después si podemos, te contamos –dijo Marcela- Ahora hagamos esos churrascos.
Comments