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Foto del escritorRaquel Szulman

BASTA DE ESCLAVOS

Actualizado: 16 dic 2020

de Raquel Szulman


El lunes volvió del trabajo en colectivo como todos los días a la misma hora, la misma parada. Hasta se había sentido tentada de saludar al chofer que también se repetía. Acomodó su cartera y se preparó para un viaje corto, que sin embargo alcanzaba para relajarse bien. Por la ventana miró el paisaje de la Ruta 3 con su tránsito desordenado y frenético. Vio a la gente amontonada en la esquinas para cruzar cuando lo indicara el semáforo. Se entretuvo siguiendo con la vista a dos perros que perseguían por la vereda a las motos, ladrando y tirando tarascones a cada rueda, sin éxito.

El semáforo los detuvo en una esquina y entonces vio una gran pintada en un paredón: “Basta de esclavos paganos”. Esto sí era algo nuevo para sus ojos acostumbrados como estaban al mismo paisaje de propagandas: carteles de almacenes, de estaciones de servicios, gomerías. La pintada estaba escrita en una pared muy maltratada y entre las nuevas letras de aerosol negro se asomaban los chorretes de escrituras anteriores. Leyó pero no alcanzó a descifrar el sentido porque la distrajo un vendedor que subió para ofrecer chocolates de primera con precio de segunda. Seguro estará cerca la fecha del vencimiento, sospechó.

El martes al tomar el colectivo buscó el paredón y leyó de nuevo “Basta de esclavos paganos....” Antes de cerrar los ojos para dormir una siesta al ritmo del tránsito, alcanzó a preguntarse si esa frase sería el nombre de una nueva banda de rock. Mientras se acomodaba en el asiento, se dijo que solo a unos típicos adolescentes roqueros como su hijo, se les podía ocurrir ponerle a una banda un nombre tan desopilante. Mirá que bautizarse así, se dijo.

El miércoles decidió que para matar su curiosidad, tendría que hablar con Martín, de noche mejor, en la cena, le preguntaría directamente:

¿Por qué en un grafiti de rock dice “Basta de esclavos paganos”? –imaginó a Martín que metido en sus cosas le contestaría un qué se yo má, dejándola sola con sus dudas; descartó consultarle nada. Se incorporó en el asiento decidida a postergar la siesta para pensar si era probable que algo nuevo estuviera pasando con los chicos. ¿O acaso es normal mezclar esclavitud y paganismo? se preguntó. Al llegar a su casa prendió la radio mientras ponía la pava en la hornalla. Pescó a un comentarista bastante pedante hablando casualmente de la juventud:

“...este es un mundo donde los jóvenes ya no creen en nada, ni en nadie –el hombre subió la voz para gritar- ¡No creen ni en Dios!”. Se rió sola, menos mal que tampoco creen en la esclavitud… pero lo del paganismo tengo que averiguarlo, pensó. Pudiera ser que no se tratara de un grupo de rock y que estuvieran apareciendo nuevos valores en las calles del barrio. Entonces se acordó de Lucas.

Seño –le dijo un chico de tercer grado –Lucas dice que “yo” vaya a buscar las cosas a la biblioteca, que “él” no me va a ayudar por que no es mi mulo ¿Qué me quiere decir con eso? –el chico señaló a Lucas con un dedo.

No sé. A ver ¿qué quisiste decir Lucas? ¿Qué es eso de que vos “no sos mulo”?

El mulo es tu esclavo, seño. Tu hermano menor, por ejemplo. Ese es tu mulo y uno puede decirle: traéme esto, andá a comprar al almacén, dame eso a mí. Y si el hermano se resiste, trompada. Si en la escuela tengo un mulo y no me hace caso, lo cago bien a trompadas para que me entienda bien.

Eso era el mulo en la familia, en la cárcel, en el patio de una escuela, en el barrio: un esclavo. Y bueno, una banda de rock para estos adolescentes de Casanova que pida por hombres libres... estoy dándole demasiadas vueltas a este asunto, pensó.

El jueves buscó el muro. Con el semáforo en rojo, el colectivo frenó. Leyó un nuevo pasacalle colgando de la pared junto al graffiti que decía: “No hagas tu fortuna con la sangre de tu hermano”. Aunque esas palabras lo insinuaran, descartó que se tratara de un templo evangelista porque el paredón tenía un portón negro y sucio que contrastaba con los típicos frentes impecables de los salones religiosos. Sí, estos grupos roqueros mezclan todo. ¿Será una nueva evangelización a través del rock? Reflexionó sobre esto, en realidad se trataba de una posición de clase: la fortuna de unos, la sangre de otros. Suena inocente, pero es mejor que pensar en nada, fumando paco… metáforas, bien por los pibes del barrio, suspiró.

Viernes al mediodía, hora de volver a casa. Se propuso encontrarle la vuelta al asunto. Tomó entonces el colectivo. El tránsito se había hecho un nudo y por eso el chofer impaciente se puso a tocar la bocina. De a poco los autos empezaron a moverse a paso de hombre. Ahora sí que puedo mirar como quiero, se dijo. Al llegar al paredón vio el portón abierto de par en par. Entonces con la nariz pegada a la ventanilla alcanzó a distinguir restos de hollín sobre la vereda. Le pareció que se había quemado algo. Frunció la cara. Algo no encajaba. Un hombre repartía volantes en la vereda y se acercó para ofrecerlos también en la parada. El último muchacho en subir recibió uno con su mano libre. Pagó el boleto y al papel lo tiró al piso sin leerlo, como si fuera de alfajor o un pañuelo usado. Ella se estiró y lo levantó sin disimulo. Entonces supo: ahí está el paredón, una fábrica donde no ensaya ninguna banda de rock de ningún barrio y el panfleto que por fin grita, cansadamente a un patrón invisible:

“¡Basta de esclavos! ¡Pagános!”





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2 commenti


Romina Kasparian
Romina Kasparian
04 mar 2021

Qué buena historiaaa !!!! Un final inesperado... Me imaginé los recorridos, la intriga, todo 😃

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Raquel Szulman
Raquel Szulman
04 mar 2021
Risposta a

Gracias por leerlo Romina!!!😊

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