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  • Foto del escritorRaquel Szulman

VUELO DE BAUTISMO

Actualizado: 16 dic 2020

de Raquel Szulman


Son las nueve de la mañana. Marisa llega puntual a la escuela de su barrio y se prepara para su segunda clase. Jamás se le hubiera ocurrido entrar a una escuela un sábado, y caminar por un pasillo hasta el salón de actos para acostarse en el piso y hacer ejercicios, un sábado. Pero se resigna y trata de tomarlo con cierta filosofía, porque los dolores de espalda la están matando, y varios doctores le insinuaron con movimientos de cejas (como hacen los doctores que no hablan fácil y directo) que la cosa en su espalda “está brava, es mejor que haga yoga o…”En esa letra o que sale estirada de la boca del doctor, y que se queda congelada, suspendida en el aire, puede imaginarse una futura cirugía, una silla de ruedas, quién sabe. Tiene que probar, vale la pena el madrugón.

- Esta escuela sí que es cálida y limpita, no como la mía –comenta a su compañera de la derecha, acomodando la colchoneta. La señora le contesta con una mueca. Como es la nueva se siente un poco incómoda. Saben que es vecina del barrio, maestra, que su trabajo la está “matando en vida”, como repitió varias veces el primer día, cuando se presentó.

Empieza la clase y para entrar en calor comienzan una rutina que parece mecánica y que repiten con sincronía. Todas extienden repetidas veces una soguita elástica para un lado y para el otro, hacen pesas con botellas de medio litro rellenas de arena. Después comienzan con las posturas, a Marisa le llama la atención que las rebauticen: de paso, con estos nombres nuevos es más fácil recordar los ejercicios para hacerlos en casa –dicen. Se trata de “el tornillo”, “el perro” o “la bailarina, la carretilla, el pino, la hoja y el destornillador”. Pero la profesora fue clara: “esto es una torsión”, “este es el saludo al sol”.

- Esta es anantasana y no “levantar la pata” como le dicen ustedes –les discute, pero las señoras se ríen cuando nombra las posturas porque parece que lee la carta de un restaurante hindú–. Está bien, llámenlos como quieran, lo importante es que hagan los ejercicios –ella tiene paciencia y sabe tratar con “caprichos de viejos” (pero el cartel de la puerta no dice viejos, dice “Yoga para todos”).

Marisa hace todo disimulando un poco el dolor porque a medida que pasa la clase los tobillos no le responden, las rodillas no la acompañan, y los abdominales la abandonan sin compasión. No se queja pero respira agitada. La profesora se le acerca y murmura en su oído “vos recién empezás, hacé hasta donde puedas… el cuerpo te avisa”. Ella hace caso aunque piensa que la recomendación llegó tarde. Los músculos y articulaciones están chillando. Por fin llega el momento de la relajación.

- Hoy vamos a hacer una relajación larga. Completa, profunda y liberadora. Avisa la profesora. Y todos se acuestan sobre la colchoneta, algunas piden una manta para taparse “porque este ejercicio da frío”. Marisa hace lo mismo y se prepara para nombrar el cuerpo mentalmente, cada parte por dentro y por fuera. Cuando se acomoda ve que forman un círculo con los pies, en el centro está la profesora, parada. Parece que estuvieran esperando un ovni, o saludando a los astros –dice Marisa con simpatía a la compañera de la izquierda, que no le contesta. La profesora enuncia:

- Imaginen que tienen una bolita que pasa por su cuerpo despacio, empieza su recorrido por los pies. El cuerpo está muy cómodo. Respiren. Lo que la bolita toca, lo relaja. Ahora pasa por la planta del pie, por el talón, sigue y sigue. Respiren. Aflojen. Respiren.

Marisa, trata de relajarse, le resulta difícil, pero alcanza a escuchar su propio pulso y a unos gorriones en la vereda. Bueno, ahora me relajo, voy a poder. Me relajo a la una, a las dos, y a las tres –toma aire y lo larga por la nariz

- Listo, ya me relajé. -La profesora camina entre las mujeres y le levanta un pie o un brazo a cada una. Se acerca a Marisa. Le mueve el pie izquierdo y lo suelta de golpe. Marisa no sabe qué hacer, y la pierna y el pie le quedan en el aire, rígidos, en un perfecto ángulo agudo.

- ¿No pensás aflojar la pierna vos?- Sí, ahora –siente vergüenza; no la retaban desde que en el Colegió Nacional, llegó una vez tarde del recreo. Sabe que su pierna está ahí, pero que la pierna esté quieta no quiere decir que está relajada. Se siente como si tuviera trece años, haciendo cálculos. ¡No me sale!

- Ahora vamos a detenernos a pensar en aquellas personas que nos generaron situaciones tensas -propone la profesora y alarga las vocales exageradamente –vamos a evocar la cara del que nos traba la energía. ¡Evoquen!- Marisa se sorprende porque justo cuando se le relajaban las piernas, esta última orden la pone en alerta otra vez. Piensa y trata de distinguir la diferencia entre evocar y recordar y se pregunta qué tiene que ver esto de las caras de la gente con la elongación que necesita. De pronto le empieza a picar algo, un poco en la nuca, en el pelo, ahora en el brazo; vigila a las señoras pero todas están quietas. Trata de no pensar en la picazón, pero va a tener que rascarse, porque más piensa y más pica. Se rasca. Ahora sí, va a seguir al pié de la letra las indicaciones para evocar la cara del que traba la energía. Entre la bruma de su pensamiento, se le presenta la cara de una mujer: la verdulera del barrio. Es una chica joven que levanta cajones con una sola mano, siempre tan dispuesta al trabajo, pero que se hace la tonta cada vez que le pregunta un precio, no sé para qué pregunto, si me cobra lo que quiere, si paso dos veces en el mismo día me dice dos precios diferentes. ¿Pero es tan grave? Unos segundos después ya descartó a la verdulera.

- Vamos, no se repriman –alza la voz la profesora –todos tenemos un antagonista que no nos deja desarrollarnos en plenitud. Concéntrense ahora ¡Mírenlo a los ojos!

Esto parece un poco imperativo, no le gusta el tono de urgencia pero se deja llevar. Se rasca el cuello. De pronto con los ojos cerrados lo ve a su hijo, que llega de bailar a las cinco de la mañana, el muy desgraciado nunca me avisa que no volverá a dormir...pero la plenitud pasa por otro lado. Unos segundos después ya descartó al hijo también. Respira hondo y abre espía con un ojo; la profesora está de espaldas y se da vuelta de repente. Cierra el ojo. Entonces ve la cara de Angélica, la Directora de su escuela. Esa trastornada, dice que ama a los niños pero en realidad lo que hace es arruinarnos la vida a todos. Mágicamente se le termina la picazón en ese instante.

Hace dos años, Angélica se presentó como “la nueva Directora” con una sonrisa estampada de lado a lado, con poco uso. En unos meses desarrolló una estrategia muy original para entablar conversación con las docentes: de puerta en puerta, salón por salón, todos los días entraba al aula y con un tono misterioso decía cosas como esta:

- Sonia, no digas que te dije, pero averigüé que Alejandra de 3° dijo que las porteras se quejan de ustedes. –después afirmaba en el salón de 5º.

- Que quede entre nosotras pero estoy enterada de Alejandra de 3° dijo, que Sonia de 2º dijo, que las porteras se quejan de ustedes, de las de 5°.

Marisa deja flotar su pensamiento. Allá, en el estado en que tenemos el edificio, un día de estos, cuando caiga una lluvia torrencial, nos va a tapar el agua, se va a desbordar el pozo ciego, los chicos sin clases. La Directora que no hace nada ¿Y la inspectora? ¿Dónde está cuando una escuela la necesita? Se da cuenta de que está completamente distraída. Pero con en el cuerpo atraviesa una experiencia de revelación. ¡Angélica es la culpable de mi tensión! Vivo contracturada porque levanto sillas, atiendo a los chicos cuando me interrumpe, barro mi salón, paso el secador, tiro del inodoro con un balde, y ella como si nada. Definitivamente: la directora me bloquea la energía. Abre los ojos, oye cómo palpita su pecho, parejo y fuerte, y espera que la profesora no lo note. Está muy sorprendida pero también contenta, después de todo, le salió el ejercicio. Se acomoda en la colchoneta, respira y se prepara para lo que sigue.

- Ahora –la profesora arrastra las palabras –comenzamos a caminar con este cuerpo que ya está relajado, vamos por un sendero que sube una cuesta. Vemos una montaña. Así, muy bien. Sigan. No se distraigan con animales ni florcitas. El camino está iluminado por un sol cálido. Nos da calor. Hay una brisa suave, escuchen los pájaros y el ruido del mar. ¿Los escuchan? Muy bien. Nos sentimos ágiles, livianos, tranquilos. Sigan, caminen, caminen, caminen. Pero no puede desprenderse de Angélica. Siempre se me acerca mucho, demasiado. Tanto que huelo su perfume y siento hasta su aliento. Siempre muy cerca, como si tuviera secretos, hablando al oído. La directora se para de costado, como yéndose y habla como a los hombros de los demás, pero los hombros no le contestan. Cuando abre la puerta del aula, hay treinta miradas inquietas. Las maestras esperan que se retire, que se vaya de una vez, murmuran: “Ah, no sabía eso (Ya leo tu trabajo mi amor ¿no ves que estoy hablando con la directora?) ¡qué cosa! (Carolina, no revolees el líquido corrector)¿Quién diría, no? (¡Danny! ¡Eso no es para poner en los ojos de tu compañero!) la verdad Angélica, que no sé qué decirte (¡No! ¡No! ¡No es el recreo ahora, vuelvan a sus asientos!). Después de la interrupción, se calla unos segundos y hace como que se va… pero no se va. Se queda mirando, mientras despliega su juego corporal: se cuelga del picaporte, después se apoya en el marco de la puerta, con medio cuerpo dentro y la otra mitad afuera; comenta algo sobre el clima, sobre su almuerzo, sobre sus hijos, sobre el horóscopo, se hamaca, y recién después se va despacio. Qué incómoda me hace sentir, piensa, suspira, traga saliva y se dispone a subir la cuesta por el sendero. Escucha la voz que ordena:

- Caminen hasta la cima y desde allí vean el mar abajo, escuchen las olas que rompen en la orilla. Atentos, allí en el pasto hay una lapicera y un papel. ¿Los ven? Detengan su caminata y tomen la lapicera. Anoten en el papel, con letras mayúsculas, el nombre de esa persona que les molesta. Sin culpa. Ahora mismo.- Marisa sospecha que algo pasará. “Esto suena a brujería”. Abre un ojo y espía, pero nada ha cambiado; todos están acostados, como muertos. ¿Cómo hacen para quedarse quietos? ¿Es control mental o están dominados? Yo no sintonizo. Sin proponérselo, su mente vuelve a la directora, siempre cerca, siempre lejos, y se decide: escribe “ANGELICA” en el papel. Se ve a sí misma con la birome, las letras le salen chuecas. ¡No puedo creerlo, se me trabó la mano! La voz sigue:

- Tomen una piedra del camino y envuélvanla con el papel que tiene ese nombre. Levanten el brazo y prepárense. Muévanlo hacia atrás ahora hacia adelante, con todas sus fuerzas abran la mano y suelten la piedra envuelta. Que se vaya lejos. Fuera esos sentimiento negativos, le decimos, fuera al rencor. ¡Suelten el nombre! ¿Ven cómo vuela? ¿Cómo cae al agua? Véanlo con sus propios ojos... ábranse a una nueva oportunidad, ¡libérense liberando al prójimo! La piedra, efectivamente, cae. Marisa tiene miedo, pero este ejercicio es un secreto entre ella y la clase de yoga.

- Ahora sí se sienten muuuuuy livianos porque se han sacado un peso de encima. Bajen de la montaña lentamente, relajados, nada les preocupa. - Marisa resopla, siente un gran alivio. Se sonríe acostada en el piso y ve el papel que toca el agua. Las letras del nombre de Angélica, que empiezan a sumergirse pero no del todo, porque se resisten, quieren flotar. La fuerza mental empuja, pero no decididamente porque aparecen de pronto culpas y justificaciones. “Pobre mujer, después de todo… algo bueno debe tener”. Busca en su memoria, algún detalle que la salve, “¡será posible, ninguna virtud!” Entonces la suelta por completo. La Directora cae al mar. Primero suspendida, y después inclinándose como un barco que se escora un poco y se hunde despacio. Ya está hecho. Se quedó dormida, se despierta relajada como si hubiera dormido una noche entera. Se siente bien, sin dolor. Bosteza con disimulo y alcanza a escuchar:

- …y díganle a su corazón: “estate tranquilo, todo está en perfecta calma”. Abran los ojos, siéntense para saludarnos. OOOOMMMMMM.

Marisa enrolla la colchoneta y busca su celular en la mochila, lo prende y comprueba que hay varias llamadas perdidas, y mensajes, todos de sus compañeras. Los abre uno por uno. Todos dicen más o menos la misma cosa:

- ¡Marisa! ¡La directora patinó en el baño mojado! ¡Un horror!

- ¡Marisa la directora tuvo un accidente, no se pudo hacer nada...!

- Marisa el lunes estamos de duelo, qué barbaridad, llamame.

No lo puede creer. Suena el teléfono, atiende nerviosa. Es la Inspectora:

- Mary querida, me dieron tu teléfono en el Consejo, viste qué tragedia, quién iba a imaginar, nadie tiene la vida comprada, te llamo para que sepas, y para que no te preocupes, eh, vos tenés más antigüedad y sos capaz. Por eso tengo que informarte: a partir de hoy quedás a cargo de la escuela, pero vuelvo a decirte, aunque no te conozco, que vas a poder; yo voy a estar al lado tuyo, como lo hice con Angélica, que en paz descanse, no te preocupes. Va a estar todo bien, eh, muy, pero muy bien.




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